Los suelos donde se asientan nuestras fincas corresponden casi siempre, a formaciones poco evolucionadas y asentadas sobre rocas madre de gran dureza, constituidas básicamente por antiquísimos materiales graníticos procedentes del periodo hercínico.
Presentan una importante presencia de piedras y gravas que mejoran la macroestructura del suelo y la insolación de los racimos. Pese a que también pueden encontrarse viñedos sobre depósitos aluviales, podemos hablar de una peculiar ‘viticultura del granito’, asentada sobre suelos ácidos, sueltos y bien oxigenados. Sobre la ribera del río Avia interaccionan tipologías atlánticas y mediterráneas, constituyendo bandas en las que las influencias húmedas y los períodos secos se suceden, posibilitando unos envidiables ritmos de maduración que permiten al viñedo expresar su mejor potencial de calidad.
Por otra parte, las múltiples orientaciones que dibujan la complicada orografía configuran un complejo mosaico de reductos microclimáticos de acentuada diversidad.